Descripción
La jovencita tailandesa nunca pensó que en cuanto el aceite que el masajista le echó comenzara a caer sobre su espalda se excitaría de semejante manera. El hombre, acostumbrado a las guarrillas como ella, sabía exactamente lo que estaba haciendo. Cuando la asiática se desnudó, el masajista decidió que ese hermoso cuerpo perfecto tenía que ser suyo. Con unos suaves masajes logró ponerla al cien e, inmediatamente, se puso manos a la obra para tirársela. A los pocos minutos la tenía comiéndole la polla. Media hora después, estaba cobrando una buena propina por haberle echado el polvo de sus sueños.